martes, 1 de abril de 2008

HISTORIA DE CHILE. Tercera parte, Gobierno de Salvador Allende, 1970-1973

En un marco de cambios políticos, el 4 de septiembre de 1970 se llevaron a cabo las elecciones presidenciales que dieron el triunfo a la Unidad Popular, conglomerado de izquierda conformado, entre otras fuerzas sociales, por comunistas, socialistas y radicales, y a su candidato Salvador Allende.
Debido a que Allende obtuvo un porcentaje inferior al requerido para quedarse en forma directa con el sillón presidencial (36,3%), el Congreso, de acuerdo con la constitución que en ese tiempo regía al país (constitución de 1925), debía confirmarlo eligiéndolo de entre las dos primeras mayorías, Allende y Alessandri (34,9%).

Para lograr esto y debido a que la Unidad Popular no poseía los votos necesarios para ratificarlo como Presidente, previamente a la votación, Salvador Allende debió firmar con la Democracia Cristiana un pacto en el cual el nuevo gobierno se comprometía a respetar la seguridad de la sociedad Chilena y la Democracia Cristiana, por su parte, a confirmar en el Congreso a Allende como Presidente de la República.
Este convenio es conocido como el Pacto de Garantías Constitucionales y entre sus puntos destacan los siguientes:
- Plena vigencia del Estado de Derecho.
- Mantenimiento del ejercicio de la Autoridad a través de los tres poderes del estado y preservación de su autonomía.
- Libertad de expresión; mantenimiento de la organización y el funcionamiento independiente de los partidos políticos.
- Consideración de las Fuerzas Armadas y de Carabineros de Chile como únicos garantes de la convivencia democrática y custodios de la seguridad nacional.
El 27 de octubre de 1970, Allende es ratificado por el Congreso pleno, obteniendo 153 votos.
El 4 de noviembre de 1970 los ojos del mundo se posaron sobre Chile, Salvador Allende Gossens asumía la presidencia del país y se convertía en el primer presidente socialista del planeta en llegar al poder a través de las urnas.
Al asumir su mando, Allende intento implementar su programa de gobierno, programa conocido como “las 40 medidas fundamentales”, estas pueden resumirse de la siguiente forma:
* Reajuste salario mínimo en un 66%, y el sueldo mínimo en 35%.
* Congelamiento de precios de los artículos de primera necesidad.
* Disminución de la cesantía
* Programa de construcción de viviendas.
* Control de la inflación.
* Estimulación de la producción nacional.
* Mejora de servicios estatales de salud.
* Distribución gratuita de leche a infantes y escolares.
* Creación de un sistema único de seguridad social.
* Profundización en la ley de reforma agraria.
* Nacionalización del cobre, salitre y carbón.
* Estatización de grandes industrias de acero, cementos, compañía de teléfono y de la banca.
Para llevar a cabo la reorganización socialista de la economía nacional, el programa contemplaba tres categorías de la propiedad: propiedad social (el Estado estaba facultado mediante ley, y para cada caso, estatizar una empresa considerada de interés social); propiedad privada; propiedad mixta (el Estado participaba con un porcentaje de las acciones de la empresa). Esta reorganización tripartita de la propiedad fue confirmada por el Congreso mediante una reforma constitucional en el año 1972.
El gobierno de Allende consideraba que el primer paso en el camino hacia la independencia económica con el exterior debía ser la nacionalización del cobre, ya que éste constituiría el “sueldo de Chile”. El proceso se realizó mediante una reforma constitucional aprobada unánimemente por el Congreso Nacional con la ley del 16 de julio de 1971, que fijaba la expropiación de los derechos de las empresas de capital Norteamericano, así como Chuquicamata, El Salvador y El Teniente.

La Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) llevó a cabo la estatización, que contemplaba la adquisición de las acciones, y la intervención de bancos e instituciones financieras, bajo la tutela del Banco Central, de la propia CORFO y de la Dirección de Presupuesto, organismos que destinaron su atención a los programas del área social, aunque el gobierno tenia proyectada la creación de un banco nacional que centralizaría las operaciones financieras y el control crediticio, pero nunca entró en funciones. El Banco del Estado, por su parte, se dedicó a los créditos agropecuarios. A finales de 1971, el gobierno controlaba el 95% de las colocaciones y los depósitos bancarios.
El primer año de gobierno socialista arrojó resultados positivos para el país, el producto interno bruto aumento en un 8,6% ; La inflación se redujo de un 34,9% en 1970 a 22,1% en el año 1971; la reforma agraria había expropiado alrededor de 10 millones de hectáreas, equivalentes a casi la mitad de toda la tierra agrícola el país, la cesantía bajó a un 3,8%, y lo más importante de todo, el gobierno se afianzaba en el poder y el pueblo demostraba su apoyo incondicional a Allende, pues en las elecciones municipales celebradas en abril de 1971 la Unidad Popular Obtenía un 49,5% de los sufragios.
Sin embargo, tan halagadores resultados solo serian temporales, pues en unos meses mas se produciría el efecto retardado de la gran expansión monetaria que había tras de todo lo obrado y que en el año en cuestión supero en 13 mil millones de escudos a la de 1970. tan formidable expansión financiera hizo desaparecer las mercancías, desvalorizo el escudo y dio nacimiento a la especulación y el mercado negro. Se le llamo inflación desabastecida y provoco el rechazo de la moneda nacional y la preferencia por el dólar y otras monedas extranjeras.
En octubre de 1971 comenzó a observarse el arranque inflacionista que, en 1973, se convirtió en devastador alud, dejando al descubierto las tremendas debilidades de la gestión económica del gobierno, aun cuando no faltan quienes aseguran, con base, que fueron efectos premeditadamente perseguidos, con el propósito de crear condiciones favorables a la implantación del socialismo autoritario. En 1972 la crisis se hizo sentir a través del crédito extranjero, proveniente especialmente de Estados Unidos, con lo que el gobierno se vio obligado a obtener prestamos desde el bloque socialista. El país se enfrentaba a un déficit fiscal del 41,5% ; El programa de estatización se había reducido de 252 industrias del área social a, solo, 91 ; La producción industrial había bajado a un 7% y los sueldos y salarios se habían reducido como medida para contener la inflación, que a mediados de 1972 llegaba al 163,4%.
La situación se agravaba cada día más, el 9 de octubre de 1972 se inicio una huelga de camioneros, los cuales decidieron paralizar sus actividades en todo el país. Estos con el apoyo de la CIA norteamericana, la cual los financió con mas de 2 millones de dólares, tenían pleno conocimiento que esta acción traería consecuencias nefastas para la ultra alicaída economía nacional y un quiebre inminente en el gobierno de Allende.
El descontrol invadió al país, al gremio transportista se les unió la Confederación de Comercio Detallista, la Confederación de la Pequeña Industria y Artesanado, las Federaciones de estudiantes secundarios y universitarios, los principales colegios profesionales, trabajadores portuarios, los trabajadores de la Universidad de Chile, los pilotos de la Línea Aérea Nacional (LAN) y la poderosa Confederación de la Producción y el Comercio, con todas sus ramas.
La huelga de camioneros fue el detonante final. Producto de nuestra particular geografía, la economía chilena está a merced de su transporte rodado. Paralizarlo es paralizar el país. Pero el gremio del transporte era una de las muchas fibras sociales que veía profundamente afectados sus intereses económicos por las reformas socialistas.
Al no encontrar ninguna salida al conflicto y con el país en crisis, Salvador Allende busco una solución inédita en su mandato. Casi un mes después del inicio de la paralización, el 2 de noviembre de 1972, juraba un nuevo gabinete, en el cual destacaban 3 uniformados, el General de Ejercito Carlos Prats, en el Ministerio del Interior, el Contralmirante Ismael Huerta en Obras Públicas y el General de Aviación Claudio Sepúlveda en el Ministerio de Minería.
El 5 de noviembre de 1972, la huelga de transportistas y comerciantes, iniciada, el 9 de octubre, fue “desconvocada”. El General Prats, recién nombrado Ministro del Interior, consiguió en solo 3 días lo que Allende no había conseguido durante casi un mes de conflicto. La hábil maniobra del Presidente surtía efecto, el nombramiento de los Militares en el gabinete daba más seguridad al país.
El 21 de octubre de 1972 el Congreso aprobó la Ley de Control de Armas, proyecto estudiado debidamente por el ministerio de defensa, en el que se quitó a los intendentes la facultad de autorizar el uso de armas de fuego, se confió el control de éstas a las autoridades militares y se prohibió la existencia de milicias y grupos paramilitares.
La ley mencionada fue calificada como "el primer gran triunfo obtenido por quienes desean el imperio de la democracia en Chile". Gracias a ella, las fuerzas armadas realizaron allanamientos, descubrieron campamentos guerrilleros y encontraron depósitos de armas, elementos con los cuales extremistas chilenos y extranjeros estaban organizando el ejército del poder popular.
La incorporación de las Fuerzas Armadas al gobierno apaciguó momentáneamente el ambiente político y se iniciaron los preparativos destinados a asegurar un desenvolvimiento pacífico y ordenado en las próximas elecciones a realizarse en marzo del año 1973.
El año de 1973 comienza en Chile con un anuncio de medidas “de economía de guerra”. El 10 de enero de 1973, Fernando Flores, Ministro de Hacienda, declara que para combatir la inflación y el mercado negro se pondrá en marcha un sistema de racionamiento para una treintena de productos de primera necesidad. En el JAP (Comité de Suministros y Precios) se pensaba en la posibilidad de organizar, por barrios, la distribución de estos productos con la ayuda de las amas de casa y los trabajadores del barrio. El Ministro, al denunciar el contrabando como una consecuencia de la “especulación deliberada”, puso el dedo en la llaga sobre el fenómeno que apareció y se agudizó con las huelgas de transportistas y comerciantes de octubre de 1972, a saber, el almacenamiento clandestino con el fin de provocar una escasez artificial a pesar de que la producción de artículos, como la leche, la margarina, las pastas, incluso los neumáticos habían pasado de un 26% a un 38% entre 1971 y 1972. se trata, decía Flores, de una “estrategia electoral” destinada a socavar la imagen del gobierno con miras a las elecciones de marzo de 1973.
El país, a principios de año y a pesar de estar en época estival, estaba sumido en una gran actividad política, pensando en las próximas elecciones parlamentarias, por que si la oposición a Allende conseguía reunir dos tercios del total de los escaños del Congreso, podría entonces destituir legalmente al jefe de Estado.
Como ocurre siempre en Chile, las elecciones del 4 de marzo de 1973 se efectuaron en la mayor tranquilidad y la CODE (Confederación Democrática, conformado por el Partido Nacional Y la Democracia Cristiana) y la Unidad Popular se consideraron vencedoras: la primera porque obtuvo una fuerte y poderosa mayoría (57%), y el bando oficialista (43%), lo considero como una victoria Pues la CODE no logró los dos tercios y Allende podría seguir gobernando aunque con un parlamento adverso, pero sin el temor de una acusación constitucional que terminara con su administración.
Las elecciones tuvieron un carácter de clase innegable y quedó muy en claro que los que votaron por la UP, lo hicieron a favor de un cierto tipo de régimen que concedía a las masas una participación que hasta ese período, se les había negado.
Realizadas las elecciones, los militares renunciaron al gabinete. Las manifestaciones populares siguieron en aumento. Distintos colegios -Abogados, Médicos, Profesores, entre otros- se declararon en huelga, a los que se les sumaron los trabajadores del mineral de cobre El Teniente que mantuvieron la producción paralizada por más de 70 días.
La huelga del cobre se inició en abril de 1973, específicamente el día 17, a causa de una disputa por mejoramientos saláriales en el mineral de El Teniente, esta situación tuvo un giro nuevo y funesto para el manejo popular, el proletariado se había sumado a las protestas contra el gobierno. Con los mineros se consiguió una rápida solución, sin embargo, los empleados se negaron a acatarla. Más aun cuando algunos de ellos señalaban su intención de volver al trabajo, comenzaba la violencia terrorista. Se ocuparon carreteras que llevaban a la mina y se atentaron contra buses que transportaban el personal al yacimiento.
Al cabo de un mes de paralización, una columna de mineros se dirigió en una larga peregrinación hasta Santiago. El Congreso abrió sus puertas y recibió a los obreros. Las damas de la alta sociedad organizaron ollas comunes para los agotados marchantes y los estudiantes de la Universidad Católica, en solidaridad con los huelguistas, ocupando la casa central de la sede de estudios.
El paro de los trabajadores cupríferos llegó a su fin luego de la intentona golpista del 29 de junio, curiosa coincidencia.
El 29 de junio de 1973, después de una tensa semana, una unidad de blindados o tanques de Santiago se sublevó contra el gobierno y atacó la Moneda y el ministerio de defensa, causando víctimas entre civiles y uniformados. El movimiento, cuyas finalidades eran confusas, fue dominado en la misma mañana por el general Prats y las propias fuerzas armadas. Los cordones industriales no se hicieron presentes; pero Allende, hablando por radio, llamó al pueblo a tomar las industrias y todas las empresas, las que quedaron bajo el control de la CUT. Ello elevó a 526 las fabricas a cargo de interventores. El congreso rechazó la petición de estado de sitio. Mientras tanto, para la ciudadanía se hacía evidente que el país enfrentaba el serio riesgo de un golpe de Estado.
El 25 de julio se inició un nuevo paro indefinido de la Confederación de sindicatos de Dueños de Camiones de Chile, que inmovilizó económicamente al país, lo que se sumó a la creciente polarización y radicalización de la vida nacional, haciendo temer el estallido de conflictos más graves.
El cardenal Raúl Silva Henríquez intentó sin éxito, lograr un entendimiento entre la Democracia Cristiana y el gobierno para calmar de los ánimos. Patricio Aylwin, dirigente de la DC, rechazó la propuesta de Salvador Allende de crear un gabinete que satisficiera a su propio partido, por considerarla una maniobra que dilataría las conversaciones. Por su parte, la propuesta de Aylwin también fue rechazada por la UP, ya que implicaba la sumisión del presidente de la República a la comandancia en jefe de las Fuerzas Armadas.



Como una "última oportunidad" Allende organizó un gabinete formado por personemos del gobierno, los tres comandantes en jefe de las fuerzas armadas y el director general del cuerpo de carabineros, ministro de defensa fue el general Prats.
Pero la situación se hizo cada vez más tensa y con intervalo de pocos días hubieron de retirarse los ministros que pertenecían a las fuerzas armadas. La verdad es que desde tiempo atrás se acusaba a Prats de demostrarse demasiado inclinado a la UP.
El presidente, para seguir ganando tiempo, creyó posible continuar el diálogo con la DC. Para ello organizó un nuevo gabinete, que iba a ser el último de su accidentado gobierno.
Pero el desabastecimiento, las colas y el mercado negro no eran terreno propicio para solucionar los numerosos problemas que se habían ido acumulando. El costo de la vida subió en menos de tres años en 705%; se calculaba una inflación del 500% para el año 73; se emitía dinero en cantidades fabulosas, principalmente para cubrir el déficit que dejaba la mala administración de las empresas del área social.
El 23 de agosto de 1973, el comandante en jefe del Ejercito, General Carlos Prats, conocido por su lealtad constitucional, presentó su renuncia, agobiado por las presiones de aquellos que querían ver a los militares comprometidos en una acción que pusiera fin al gobierno de Allende.
Un extraño suceso motiva su renuncia. Mientras esta detenido en una luz roja, el General observa a una persona que, desde un auto vecino, le hace muecas (le saca la lengua). Abriendo la ventanilla, Prats toma su revolver y dispara un tiro hacia el guardabarros delantero. No tarde en descubrir que su adversario es una mujer. Da las explicaciones del caso, pero en ese mismo momento aparece una nube de fotógrafos y cientos de transeúntes que lo insultan soezmente, el General debe escapar en un taxi, puesto que la turba, iracunda, le ha desinflado los neumáticos de su vehículo. A la humillación sigue la dimisión.
Tanto el Presidente, como el comandante saliente, concordaron, para sucederle, en un hombre cuya lealtad no les merecía dudas, el General Augusto Pinochet Ugarte. A ambos les pareció que él podía asumir la grave responsabilidad de dirigir al Ejercito Chileno en la senda constitucionalista, como es sabido, se equivocaron en su apreciación del hombre: ambos serían traicionados al cabo de unos días.

Un complot golpista entre civiles y militares venía desarrollándose desde hacia tiempo, con gran urgencia. Liderado por el almirante José Toribio Merino, el general de la Fuerza Aérea Gustavo Leihg y por el general de Carabineros, César Mendoza, precisaba de la participación del comandante en jefe del Ejército, la rama principal de las Fuerzas Armadas. Si bien los insurrectos contaban con el apoyo de varios generales de Ejército, necesitaban asegurarse de la participación del comandante en jefe, pues de lo contrario arriesgaban el peligro de un posible quiebre entre las fuerzas militares, el que inevitablemente conduciría a una guerra civil. Según versiones fidedignas, el general Pinochet se sumó al golpe a escasos días de su realización. La fecha fue fijada para el martes 11 de septiembre, día en que el Presidente Allende anunciaría, según fuentes cercanas a el, la convocatoria a un plebiscito que permitiera una salida política al impasse en que se encontraba el gobierno. El llamado nunca llegó a concretarse.
En la madrugada de ese martes 11, los barcos de la Armada retornaron a Valparaíso y ocuparon la ciudad. Rápidamente, y tal como estaba planificado, el movimiento se coordinó con las fuerzas militares en la capital. Pese a que todos conocían los rumores que vaticinaban la preparación de un golpe, lo cierto es que su consumación, fue vivida por la gran mayoría con gran asombro.
Los primeros indicios fueron conocidos por el país a través de emisiones radiales. Las emisoras partidarias del gobierno alcanzaron a transmitir los mensajes del Presidente Allende, concitando el desconcierto de sus seguidores, quienes, a pesar de los presuntos preparativos para la revolución, no estaban en condiciones de resistir, ni con movilización de masas, ni con fuerza militar. Si bien no faltaron los que, en medio del toque de queda que se impuso a la población civil, se congregaron en familia, en torno a un brindis con champagne para celebrar el derrocamiento del régimen, el estupor paralizó a gran parte de los Chilenos, mientras otros eran presa de la impotencia y del terror. Las radios de oposición, desde muy temprano difundieron, con sones marciales de fondo, instrucciones y bandos militares en los que se exhortaba a la población a obedecer las órdenes de quienes se habían tomado el poder. Los bandos militares dieron a conocer listas de nombres de dirigentes de la Unidad Popular que debían presentarse en el Ministerio de Defensa.
El golpe se desarrolló con dramática espectacularidad. Se creyó que era necesario provocar un impacto tal que diluyera las apasionadas lealtades con que contaba el gobierno, de manera de paralizar toda reacción por parte de sus seguidores, y evitar, así, un enfrentamiento prolongado en el tiempo.
Las movilización de tropas en el puerto de Valparaíso fueron conocidas en la misma madrugada de ese día por Allende, el Presidente se dirigió raudamente al palacio de La Moneda acompañado de su escolta. La desinformación en torno a la magnitud del movimiento golpista llevó a frecuentes equívocos. En el palacio presidencial no se tenía certeza de cuales eran las fuerzas leales al gobierno, y quienes serían los generales involucrados en el alzamiento. Incluso algunos de los colaboradores más cercanos del Salvador Allende relatan la inquietud del Presidente sobre la suerte que podría estar corriendo el comandante en jefe del Ejército, preguntando en varias ocasiones “¿ Que será del pobre Augusto?”. Por su parte, las fuerzas sublevadas también se encontraban en la incertidumbre. Elocuente resulta el que las tropas que participaron en el golpe utilizaran un distintivo -una especie de pañuelo anaranjado en el cuello-, a fin de reconocer a aquellos militares que resistieran el alzamiento. Era tal el ambiente de desconfianza, alimentado por los incendiarios discursos de los sectores más extremos de la izquierda sobre la existencia de grupos civiles armados y su infiltración en las filas militares, que se esperaba una gran resistencia de parte de los militantes que apoyaban al gobierno. Pero ésta fue sorprendentemente débil, incluso en los cordones industriales. Salvo algunos francotiradores apostados en los edificios aledaños al palacio de La Moneda y a la acción de los GAP (Grupo de Amigos del Presidente), quienes se enfrentaron con las fuerzas alzadas, la resistencia fue casi nula, contrastando con la feroz y violenta ofensiva de los atacantes golpistas.
Tras algunas comunicaciones telefónicas con los generales que lideraban el golpe, el Presidente Allende decidió permanecer en el palacio presidencial : “Un Presidente de Chile no se rinde”, les hizo saber a los militares; era él quien encarnaba la legitimidad constitucional y quien contaba con el respaldo de casi la mitad del electorado.
Justo a las 10 de la mañana del día 11, los tanques que rodeaban La Moneda, comienzan a disparar contra el palacio, los cañonazos hacen tambalear las paredes y los techos. Desde dentro del edificio gubernativo, algunos defensores responden lanzando, con poca eficacia, disparos de bazocas.
Al medio día comienza el bombardeo aéreo, el vuelo rasante de los hawker-hunter ya no tenia como objetivo atemorizar, sino algo muchísimo más claro, atacar.
Los primeros cohetes destrozan el techo de la sala del consejo, produciéndose un incendio que se propagó a las salas colindantes. Después de la segunda pasada de los cazas, una columna de humo negro, visible a gran distancia, se eleva en el cielo gris de finales de invierno en Santiago, muchos ven esto como un símbolo, el fin del sueño de la Unidad Popular.
Pasado el medio día, el Presidente Allende puso fin a su vida. El impacto y el asombro nacional fueron infinitos, volcándose en una fuente de ayuda y solidaridad casi inmediata con quienes empezaban a ser perseguidos por la dictadura que se empezaba a implantar.
El golpe fue certero. Ya no bastaba con rodear de tanques el edificio presidencial, como había sucedido en ocasiones anteriores, ni ocupar militarmente las principales ciudades del país; ahora se buscaba destruir la viga central que sostenía el andamiaje institucional Chileno que había hecho posible el acceso al poder de los representantes de vastos sectores de la población, antes excluidos, implantándose un orden evocador de las imágenes del “mundo al revés”. Pensaron que era necesario detener el carnaval desatado, con su secuela de inseguridad y subversión del orden establecido. La imagen de los hawker-hunter sobrevolando la capital tuvo ese efecto disuasivo. El ataque desde el aire ponía a los agresores en una situación de superioridad difícil de contrarrestar. Los objetivos fueron pocos, pero efectivos: la casa del Presidente de la República y el palacio de La Moneda. Se anunciaba así la inauguración de una nueva época, la instauración de una nueva revolución, la que en calidad de tal, supuso un giro completo y demoledor del orden preexistente. El mensaje fue claro: la destrucción y posterior clausura de la puerta de Morande 80, por la que tradicionalmente ingresaban los Presidentes de la República al palacio de gobierno, constituyó un verdadero símbolo; tras ella se cerraban todas las puertas ayer abiertas a la movilización de los nuevos actores sociales, los que a su paso habían echado por tierra las barreras del orden estatuido. Desde ese martes 11, la reclusión en los hogares, campos de concentración y cárceles, con miras a despejar de marchas y mítines multitudinarios tanto en la calle como en los espacios de encuentro comunitario, impondrían su sello. En ocasiones anteriores, el país había asistido a excesos y abusos provenientes de diversos sectores, pero no conocía nada parecido al terrorismo de Estado sostenido en el tiempo.
BIBLIOGRAFIA
-Historia del Siglo XX chileno: Sofía Correa, Consuelo Figueroa, Alfredo Jocelyn-Holt, Claudio Rolle, Manuel Vicuña.
-Allende, Chile: 1970-1973: Pierre Kalfon.
-Salvador Allende, Una época en blanco y negro : Fernando García Oscar Sola, Alejandra Rojas.
-El último día de Salvador Allende: Oscar Soto.
-Los 100 eventos de la historia de Chile: Editorial Los Andes.
http://www.profesoresenlinea.cl/ .
http://www.clasecontraclase.cl/.
http://www.purochile.org/.
www.stormpages.com/marting/chilecronologia.htm.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

y que hubiese pasado si allende alcanza a llamar al plebicito?

Anónimo dijo...

no importa porque igua tenia la caga el viejo

Anónimo dijo...

yo creo que lo que trato de hacer fue bueno, pero lamentablemente no le resulto

Anónimo dijo...

Las cosas pasan por que deben pasar y si no hubiera sido por Salvador Allende no habriamos tenido un Augusto Pinichet y seriamos hoy un Bolivia,Venezuela y tantos otros paises que se han quedado en el año 50 o 60.Fue muy caro este avance pero nada es barato en la vida.

Anónimo dijo...

Yo tenia 24 años en esa epoca y vivi todo lo que el historiador fue realmente un caos y lo peor de todos que solo un 36% del pais estaba de acuerdo con ese esquema lapidario, pero no hay mal que por bien no venga, gracias a la UP se pudo tener otro tipo de gobierno no muy sano, por supuesto, pero si progresista y con miras al futuro, lo que permitio a Chile ir en vias al desarrollo y no la la frustración como estamos hoy dia.

Anónimo dijo...

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